
Comer, según los filósofos de las mesas de café, puede llegar a ser un verdadero “placer”. Todos opinan, aconsejan, pueden decir “tanto” acerca del tema, que se reconocen como los mejores para preparar el asado más gaucho, la empanada más sabrosa, la paella más auténtica. Pero, por lo general, ninguno sabe respetar al pobre organismo que recibirá semejantes manjares. Y así, estómago, hígado, corazón, arterias, se encuentran, muchas veces, luchando a brazo partido contra el colesterol y los triglicéridos (fracción menos publicitada de las grasas que andan circulando y depositándose en sitios indeseables del cuerpo humano), el ácido úrico, la obesidad, etc.
Para que la lucha no sea tan cruel y mucha, hay ciertas normas para una correcta alimentación para todos (con muy pocas excepciones), para tiempos de salud, para que el ama de casa o cada ser responsable de sí mismo, sepa como ayudar a no enfermarse. Es decir, normas para “antes”…, que es la mejor manera de vivir: “no hay que comprar placeres a costa de dolores… ni aun con su sola amenaza”, dijo un sabio filósofo.
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